DISFRUTAR EL CAMINO, ES MI DECISIÓN

Por: Jackeline Haro Cortez

Todos los días surgen diferentes preguntas, desde las más sencillas, hasta las más complejas. En cada vivencia tenemos que tomar diferentes decisiones, y en cada decisión, Dios, con su inmenso amor, se hace presente.

Así fue como crecí: Dios fue llenándome de su amor, llenando toda mi vida y desde diferentes espacios. Soy Jackeline Haro Cortez, vivo en el Perú, en el puerto del Callao. Vengo de una familia constituida por mis padres, mi hermana y mis sobrinas; personas luchadoras, de costumbres muy arraigadas del norte y los Andes peruanos. Ellos fueron mis primeros misioneros: mi familia, con quienes cultivé mis primeros valores y sentimientos más profundos.

Por algún motivo, Dios me hizo una persona muy inquieta desde niña. Crecí entre la Infancia Misionera, Jóvenes Sin Fronteras, y una comunidad parroquial. Todos estos grupos me ayudaron a crecer en la fe, desarrollando diferentes responsabilidades al servicio de la Iglesia.
Con el transcurrir de los años, los deseos de mi corazón, de ir más allá de mis fronteras, iban creciendo. Historias que de niña escuchaba sobre los misioneros, se hacían personas con nombre propio y tierras de misión, que aumentaban el deseo de vivir esta experiencia.

De pronto conocí a la SOCIEDAD DE MISIONES EXTRANJERAS DE QUEBEC oficialmente. Cuando mis búsquedas se hacían más intensas y era difícil silenciar este llamado de Jesús, la SME me presentó con su vida a un DIOS QUE ES Y ESTÁ.

Definitivamente quedé cautivada por la interrelación entre los padres y las laicas de la SME: una relación igualitaria, donde todos estábamos dispuestos a servir y a ser amigos, independientemente de la edad, sexo, rango clerical o nacionalidad. Su forma de compartir el Evangelio, la Eucaristía, la oración, los ejercicios de la vida diaria; su forma de compartir la vida y acoger lo nuevo, me deslumbró.

Fue así como decidí iniciar el proceso de formación ad-gentes, con muchas dudas y preocupaciones sobre las decisiones que tendría que tomar. Todas éstas se fueron respondiendo con una sencilla frase: “DISFRUTAR EL CAMINO”. Sin lugar a duda, iniciar esta formación fue la mejor decisión que pude tomar en mi vida. Todos preparaban con mucho entusiasmo la reunión para mí, ¡y vaya que yo esperaba ansiosamente la fecha del encuentro para volver a verlos!  Y a pesar de ser la única en mi año de formación, nunca me sentí sola, siempre tuve el acompañamiento de quienes yo consideraba mi Comunidad de vida.

Mientras “disfrutaba el camino”, me convertía tras cada una de las pastorales que me presentaban las misioneras. Un día podía ser tan libre como los niños en las partes altas de Comas. Otro día era yo la mujer que luchaba en el comedor de San Juan de Lurigancho. Otro día conocía más sobre la diversidad y el género en la Iglesia. Otro día mi corazón vibraba al ver la ecología de Pucallpa y todos los recursos de nuestra Amazonía peruana.

Esta realidad, era ya mi tierra de misión, mi amado Perú, tierra de santos. Como Santa Rosa de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo y San Martín de Porres quienes, cuidando enfermos y recorriendo el Perú siempre estuvieron al servicio de los más pobres.

Fue así como al terminar mi proceso de 3 años de formación ad-gentes, decidí ponerme al servicio de la SME, apoyando en lo que hiciese falta para la formación de los demás jóvenes, desde lavar los platos, hasta cocinar para ellos y tender sus camas. Sin embargo, Dios y la SME tenían una invitación para mí: ser parte del grupo de coordinación de la Comunidad Misionera junto a un muy bonito grupo que conocería. Tras la invitación, inmediatamente dije que SÍ. Un Sí que me llevó a acompañar las formaciones de nuevos jóvenes con búsquedas semejantes a las mías, haciendo de ellos protagonistas de su propio camino, con la certeza que Dios les y nos acompaña siempre. Actualmente gozo de este bonito regalo y estoy en el equipo de la Comunidad Misionera de la SME – PERÚ, donde junto a mis amigos, reflexionamos y evangelizamos desde nuestra realidad.

Hoy releo mi historia ¡y vaya que DIOS HA SIDO BUENO conmigo! Él ha puesto rostros que han dejado huella en este camino que disfruto día a día desde mi libertad, con la fuerza de mi juventud y el compartir de la comunidad que me acoge y acompaña, tanto a mí, como a mi familia.

Resuenan en mí las palabras del Papa Francisco en las JMJ de Cracovia y de Panamá, donde pude participar siguiendo mis búsquedas, en mi deseo de tener contacto con otros jóvenes, que como yo tienen sueños de anunciar el Evangelio en un mundo actual lleno de realidades diferentes, pero con una mirada globalizada del mundo.

Como dice el Papa Francisco en su Exhortación apostólica postsinodal “Christus Vivit” Cap. 4 (116)

Es un amor «que no aplasta, es un amor que no margina, que no se calla, un amor que no humilla ni avasalla. Es el amor del Señor, un amor de todos los días, discreto y respetuoso, amor de libertad y para la libertad, amor que cura y que levanta. Es el amor del Señor que sabe más de levantadas que de caídas, de reconciliación que de prohibición, de dar nueva oportunidad que de condenar, de futuro que de pasado».

 
Ese es el amor que hoy, en tiempos de pandemia, no puedo callar. Y desde mi entorno emocional, familiar y social deseo compartir ese amor con los demás, desde la sencillez de mi presencia como joven. Anunciar el Evangelio en este tiempo me hace ser más creativa: me apoyo mucho de la tecnología y la tele-misión.  Por medio de estos espacios virtuales, se compartan tiempos de escucha y servicio al que más lo necesita, sin mostrar ningún tipo de fronteras.

Hoy renuevo mi compromiso al servicio de la Iglesia y de la Sociedad, con el fin de concretizar mis sueños en el aquí y en el ahora, siendo en todo momento misionera de la vida y del amor, recordándome y compartiendo con los demás jóvenes que “Yo soy Misión”.