EL DON DE SER SACERDOTE 
MISIONERO.


EL DON.


El don de ser sacerdote misionero es una vocación profunda que aporta muchas bendiciones y oportunidades de crecimiento espiritual. Es una vocación que combina las responsabilidades del sacerdocio con la misión de difundir las enseñanzas de Jesucristo en diferentes culturas y comunidades de todo el mundo.


 He aquí algunas de las experiencias personales que he vivido durante mis nueve años como sacerdote misionero en Kenia y Brasil y que hacen que sea un don especial y gratificante para mí:

Compartir la palabra de Dios:
 Como sacerdote misionero, tienes el privilegio de compartir el Evangelio y difundir el mensaje del amor y la salvación de Dios a personas que quizá nunca antes lo hayan conocido. Esto aporta una inmensa alegría y satisfacción, sabiendo que estás llevando esperanza y fe a los necesitados.

Intercambio cultural: 
La labor misionera implica a menudo sumergirse en diversas culturas y comunidades. Es una oportunidad única para conocer tradiciones, costumbres y puntos de vista diferentes. Relacionarse con personas de distintos orígenes fomenta la comprensión y el aprecio mutuos, y enriquece el camino de fe de cada persona.

Transformar vidas: 

Ser sacerdote misionero nos permite dar testimonio directo del poder transformador de la gracia de Dios en la vida de las personas y las comunidades. A través de su presencia, su guía y los sacramentos, podemos ayudar a las personas a superar dificultades, encontrar sanación y experimentar crecimiento espiritual.

Construir relaciones:

 El trabajo misionero implica construir relaciones profundas y significativas con las personas a las que servimos. Te conviertes en parte de sus vidas, acompañándoles en sus alegrías y penas. Estas relaciones crean vínculos duraderos de amistad y amor, que pueden aportar una inmensa alegría y satisfacción.


Al servicio de los marginados:
 Los sacerdotes misioneros se encuentran a menudo trabajando con comunidades marginadas, sirviendo a los empobrecidos, oprimidos u olvidados por la sociedad. Al tender la mano a los necesitados, encarnamos la llamada de Cristo a servir a los más pequeños, llevando consuelo, dignidad y esperanza a los marginados.


Fortalecer la Iglesia: 
Como sacerdotes misioneros, contribuimos al crecimiento y la fortaleza de la Iglesia católica estableciendo nuevas comunidades de fe, apoyando al clero local y fomentando la formación de líderes laicos. Nuestra presencia y nuestro trabajo dinamizan la misión de la Iglesia y la ayudan a prosperar en contextos diversos.


Desarrollo personal : 
El camino de un sacerdote misionero no consiste sólo en dar, sino también en recibir. A medida que nos encontramos con diferentes culturas, desafíos y experiencias, desarrollamos una comprensión más profunda de nosotros mismos, de nuestra fe y de nuestra relación con Dios. Este crecimiento personal nos permite ser mejores servidores de Dios y de los demás.


Aunque ser sacerdote misionero tiene su parte de dificultades y sacrificios, el don que ofrece es inconmensurable. Nos permite participar en la misión de amor de Dios, llevando luz al mundo y transformando vidas a través del poder del Evangelio.

José Domingos, PMÉ