El hijo del rey se casa
Mateo 22, 1-14

Eloy Roy, pmé

En esta pequeña historia de un rey ofreciendo un banquete fastuoso en ocasión de las bodas de su hijo,  Jesús confirma en forma altilocuente que MALOS Y BUENOS POR IGUAL, ¡TODO EL MUNDO VA AL CIELO! 

El Rey


El hijo del rey se va a casar con la chica más hermosa del país. El padre está loco de alegría. La boda será grandiosa. El propio rey prepara con sumo cuidado un suntuoso banquete al que tiene la dicha de invitar a todos los grandes del reino junto con sus familias y amigos.


Los “grandes del reino” son como los hermanos del rey. Son personas de mérito que han ganado guerras para el reino. Para recompensarlos, el rey les ha otorgado títulos gloriosos y les ha concedido vastas extensiones de tierra. Además, les ha confiado los puestos más prestigiosos de su gobierno.


Sin embargo, estos grandes dignatarios no tienen ninguna gana de ir a esa fiesta. Ciertamente, respetan al rey que siempre ha protegido sus intereses, pero odian al hijo.


Porque ese hijo, el mismo que se va a casar, es un joven inexperto y soñador que se cree autorizado a dar lecciones a sus mayores.


Ese hijo sostiene que el pueblo está sofocándose en el reino y que son necesarios grandes cambios. Según él, se deben sacudir las viejas tradiciones, flexibilizar las leyes, rejuvenecer y actualizar las estructuras, y ofrecer a todos, hombres y mujeres, la oportunidad de crecer y prosperar. Hay que cambiar de mentalidad, tener visión, no temer la novedad, incluso empezarlo todo de nuevo para que el pueblo respire y tome impulso.


Este discurso choca profundamente a los grandes señores. Considerándose a sí mismos como los padres, protectores y benefactores del país, ven en ese joven nada más que desprecio a su alta dignidad y a sus derechos.


No irán a la boda. La boicotearán. Inventando mil excusas, comunican al rey que «lamentan profundamente» informarle que no asistirán a la celebración.


Para el rey, el golpe es duro, pero lo soporta. Sabe cuán apegados están los grandes señores a su poder. En muchas ocasiones les había pedido, incluso suplicado, que reflexionaran seriamente sobre la necesidad de realizar cambios profundos, pues el reino se estaba desmoronando por todas partes. Pero cada vez, era como hablar con sordos. Solo el hijo lo había comprendido.


«Ya que los grandes desdeñan mi banquete», declara el rey, «invitaré a los pequeños» De inmediato, mensajeros son despachados por todo el reino para anunciar al pueblo común (particularmente a aquellos que no tienen nada), que se les espera a todos al gran banquete.


En poco tiempo, los vastos salones del palacio rebosan de una multitud multicolor de «malos y buenos». Son un mar de pobres (Lucas 14, 21-23). Da gusto ver cómo comen y se divierten. El rey está en la gloria.

Llegando la fiesta a su apogeo, el rey se levanta para tomar la palabra. Con gran emoción anuncia que ha tomado la decisión de confiar a su hijo amado una misión histórica. A partir de hoy, su hijo promoverá en el reino todos los cambios necesarios, radicales algunos, para que cada persona del país pueda finalmente disfrutar de una vida libre, sana y verdaderamente humana como Dios manda.


El Hijo


El hijo acoge esta misión con entusiasmo y grandísima gratitud. Y sin poder frenar su entusiasmo, anuncia una serie de resoluciones que caen como pan del cielo en la boca y el corazón de los invitados. En síntesis, son diez las buenas noticias proclamadas en ese día.


• Por pura bondad de mi padre y Rey nuestro, tengo el inmenso placer de anunciarles que, a partir de hoy, escuchen bien, a partir de hoy, todas las deudas quedan perdonadas. De inmediato, las propiedades que fueran confiscadas en el pasado se devuelven a sus dueños originarios.

• Todas las formas de esclavitud, especialmente las más sutilmente disfrazadas, quedan abolidas por siempre jamás.

• De aquí en adelante, no se hablará más de guerra, venganza, castigo o violencia por pertenecer todo aquello al basurero de la historia.

• Por este mismo motivo también hoy ponemos fin a la religión de la letra, de la rigurosidad, del miedo y de todas aquellas reglas exageradas que no honran a Dios sino hacen de él una caricatura de lo que Él es.

• Desde ya se establece que todos los bienes del reino pertenecen a la comunidad entera. Estos bienes serán compartidos periódicamente de acuerdo a las necesidades de cada persona hasta lograr que no le sobre nada a nadie y que a todos les alcance.

• De ahora en adelante el rey entrega todo poder al pueblo para que el pueblo se valga por sí mismo y se haga responsable de su destino.

• Ahora, sí podremos cantar: “¡Felices los pobres!”, porque la pobreza ya está derrotada!

• Ahora, sí, podemos cantar: “¡Felices los hombres y mujeres que tienen hambre y sed de justicia”, porque jamás volverán a ser defraudados!

• ¡Ahora, sí, podemos abrazar la felicidad que tanto anhelamos porque, al asentar nuestras vidas sobre la roca del respeto, de la verdad y de la libertad, y al hacer de la compasión, de la solidaridad y de la justicia nuestra bandera, inauguramos en este día una era de Paz que no tendrá fin!

• Persecuciones y cruces no faltarán, pero no nos detendrán porque sabemos que éste es el camino por el cual Dios anda con nosotros, y nosotros con él. ¡El Reino de Dios está en marcha!

Los aplausos llueven, las ovaciones son interminables. No paran los brindis, los vítores y los juramentos de fidelidad al rey, a su hijo y a Dios. De una sola voz todos abrazan la maravillosa alianza que se está sellando en esas bodas inolvidables.


La Serpiente


Mientras tanto, un oscuro personaje se mete por la puerta trasera y se desliza como una serpiente en el palacio. Intenta pasar desapercibido, pero su extraña actitud lo delata. Lanza miradas sospechosas a todos lados. Podría ser que sea un espía de los «dignatarios»... Se le ve más nervioso que un pez en un pozo de lodo. No toca ningún alimento, no habla con nadie. No puede creer lo que sus ojos ven.


Observa con horror a ese rey que ha dejado entrar en su casa una mezcolanza de individuos de todo tipo, incluyendo algunos que no tienen pinta de santos. « ¡Este rey ha perdido la cabeza!», piensa. Y ¿qué decir del discurso del hijo? ¡Subversión pura! ¡Una declaración de guerra a los «pilares de la nación!».


« ¡Este hijo debe morir!», se dice a sí mismo. En ese mero instante, vaya a saber Dios por qué, al tipo se le da un patatús y cae muerto.


Hasta hoy en día, personajes de ese tipo siguen con vida y mucho poder. Son ellos los que volvieron a cerrar las ventanas de la Iglesia que el Espíritu Santo había abierto en el Concilio Vaticano II. Por sus intrigas, por sus intereses de clase, por su tradicionalismo morboso, su fanatismo, sus creencias petrificadas y su paranoia erigida en virtud, lograron alejar de nuevo la Iglesia del mundo en el cual la gran mayoría de las mujeres y hombres del presente siglo siguen como siempre luchando y sufriendo. No aceptan que el Evangelio sea una Buena Noticia para todos. Y así, por pretender ser los únicos con el derecho de entrar en el Reino, se excluyen a sí mismos del mismo (Mateo 23:14).


Mientras la servidumbre dispone discretamente del cadáver del infeliz hombre espía, la fiesta continúa a todo trapo para mayor placer del rey, de su hijo y de todos los festejantes.


La Esposa


Por cierto, ¿quién es esta chica tan hermosa con la que se casó el hijo del rey?


Algunos dicen que es Utopía, otros creen que es Locura. De hecho, es Sabiduría, la misma sabiduría de Dios, que penetra  la Creación hasta sus raíces y la guía sutilmente hacia su plena realización.


La Sabiduría tiene un poder que supera al de la luz, del agua y del viento. No es ni sueño ni fantasía. Es la fuente misma de la Realidad. Es ella la que hace que las flores crezcan y los bosques se expandan, que la Luna gire alrededor de la Tierra y la Tierra alrededor del Sol. Mueve montañas y resucita a muertos. Es ella la que despierta suavemente en el ser humano las fuentes de vida que aún están dormidas y que podrían, un día, hacer que toque las estrellas.


Es la Sabiduría a quien el hijo del rey tomó por esposa. Ella es la reina de los profetas y de los grandes poetas y la que inspiró las diez buenas noticias salidas de la boca de él.


Fin


Lo que ocurrió después, ya lo sabemos. La Sabiduría fue rechazada, y al hijo lo asesinaron. 
Ciertamente no lo mataron los «malos» que acudieron a la boda y se  emocionaron con las palabras del hijo, sino los «buenos» que boicotearon  la fiesta. 
Algún día, ¿tendrá esta historia un final más feliz?...



Acerca del autor:

Eloy Roypmé. es un sacerdote de la Sociedad de Misiones Extranjeras de Quebec. Nacido en Beauceville, Quebec, fue ordenado sacerdote en 1962 en la parroquia San Francisco de Asis. Su caminar misionero comenzó en Honduras, donde estuvo presente desde 1963 hasta 1972. Luego fue enviado a Argentina, donde misionó desde 1976 hasta 1992. Posteriormente fue enviado a China, ahí permaneció desde 1993 hasta 1999.

Finalmente regresó a Canadá, actualmente reside en la Casa Central de la Sociedad Misionera. 

Pueden seguir sus escritos en su blog personal: