Reflexiones de Pascua 2020

Séptimo domingo de Pascua

Vayan... Yo estaré siempre con ustedes.

El evangelio de este día es la parte final del evangelio de Mateo y en él se quiere poner visible lo que Lucas ya nos ha mencionado con la presentación de la Ascensión de Jesús, el momento en donde Jesús le pide a sus discípulos, sus seguidores que vayan, salgan y anuncien el evangelio donde El no pudo ir, por todo el mundo. El evangelio es el mandato que el Señor confía a toda la Iglesia, un mandato que nace desde la fuerza del amor, del hecho que Jesús ha venido antes a todos nosotros, que ha dado su vida para salvarnos y mostrarnos el amor y la misericordia de Dios.
 
¿Pero cómo anunciar el evangelio y ser testigos del amor y de la misericordia de Dios en estos tiempos difíciles? ¿A dónde nos envía Jesús? No nos envía solamente a las personas más cercanas, más próximas o a los que más nos acogen, sino a todos, en cualquier ambiente, en las periferias existenciales, a los que parecen más lejanos y también a los más indiferentes, aquellos que necesitan la luz del evangelio. Porque Jesús nos busca y nos ama por igual.
 
Nos llama a cuidar, a no ser indiferente y a amar a las personas más necesitadas, a hacerles sentir que son nuestro prójimo y a estar con la disposición de acercarnos a ellos. Debemos tomar la iniciativa de acercarnos al otro e incluirlo, ser conscientes al dolor y sufrimiento que viven nuestros hermanos hoy, los más pobres, los más vulnerables, dándoles esperanza. La esperanza que nos sostiene y que nos mantiene para perseverar y continuar convirtiéndonos, dando frutos, re descubriendo, rehaciendo o reencontrando el camino.
 
Es a lo que nos llama también en estos tiempos difíciles del Covid 19, con el confinamiento social que se está prolongando más y más, tenemos que dejar de ver el “yo” y empezar a ver el tú. Tenemos que ser discípulos de una vida auténticamente humana que viene de Dios, que con su sustancia muestra que la humanidad se recrea desde abajo, desde los últimos, pero lo hace sin ser indiferente a los otros, sino como fruto de esa honda experiencia del amor de Jesús crucificado.
 
Dejemos atrás los parámetros seguros y conocidos, también los códigos de interpretación de las cosas compartidas en la vida cotidiana y empecemos a ponernos en el lugar de los otros e identificarnos con ellos, porque de allí nace la experiencia de comunión con Dios, cuidarnos a nosotros para cuidar a los demás. Podríamos conducirnos a un futuro más justo, igual, agradable y fructífero para todos.
 
Tenemos que mirar con ojos de fe como una historia de amor del Padre, esperanzada y encaminada con la presencia de Jesús resucitado.
 
Pero no podemos dejar de resaltar la promesa de hacer discípulos en todo el mundo, que corresponde a la promesa de Jesús de estar siempre con nosotros. Ser discípulos de Jesús es dejarse conducir por su Espíritu, vivir una vida nueva, basada en el seguimiento, seguridad y creatividad de imitar el estilo de vida de Jesús que es bueno, saludable y liberador para toda la humanidad.

Sexto domingo de Pascua

El Espíritu Santo se manifiesta en la unidad de la Iglesia y la misión. 
 Juan 14, 15-21

Hermanos y hermanas, el Evangelio de hoy habla del discurso de despedida y su punto central es el amor del discípulo por Jesús, expresado a través de la observancia de sus mandamientos. Jesús también habla del Espíritu que los discípulos recibirán. El Señor anuncia que se va a ir, pero no nos va a dejar huérfanos. Él es un defensor y abogado de nuestra causa, otro abogado vendrá, el Espíritu de la verdad. 

En esto se manifiesta la unidad de la misión del Hijo y del Espíritu al que recibe y guarda los mandamientos como signo de su amor por él. Esto fue una fuente de consuelo y aliento para los discípulos y, hoy, para nosotros porque sabemos que Jesús nunca nos ha dejado sin rumbo, como el pueblo de Israel en el desierto, llevando el arca de la alianza con los mandamientos delante de ellos, representando la presencia de Dios en medio de ellos, en la Iglesia y en cada uno de nosotros para la mayor gloria de su Reino.
 
Hoy, Jesús nos invita a esperar y observar los mandamientos del Señor y a contar con la certeza de su presencia en nosotros y entre nosotros, no sólo física, sino espiritual con fe profunda. Nuestra comunión en el misterio de la Santísima Trinidad comenzó con la fe que recibimos en el bautismo y luego confirmada en la comunidad. El Espíritu Santo se manifiesta en la unidad de la Iglesia y la misión. Los que aman a Jesús son amados por el Padre, y Jesús se manifiesta a ellos en el Espíritu Santo.
 
Es una presencia tremenda que nos llena de valor para enfrentar los obstáculos y dificultades en nuestras vidas, especialmente en este momento de pandemia de Covid-19. Muchos de nuestros hermanos y hermanas en las familias y en el mundo están enfermos, muriendo y sufriendo de hambre, en lugar de disfrutar de sus actividades normales, trabajo, estudios y rutinas en la vida. Pero para poder disfrutar de estas gracias y desafíos debemos primero observar los mandamientos del Señor y aceptar que el Espíritu Santo está siempre a nuestro lado como nuestro Defensor y Protector de todos los males y nunca nos abandona. Hemos escuchado que muchas personas se quejan, se frustran y pasan por una depresión por lo que está sucediendo en este tiempo de confinamiento y que no sienten a Jesús trabajando en su vida diaria, hasta el punto de que incluso afirman que Dios tiene algo mucho más importante que hacer que preocuparse por sus situaciones y problemas. Piensan que Dios está lejos de ellos. ¿Es realmente así o es que ellos son los que están lejos de Dios? Siempre que no observamos los mandamientos de Jesús, lo sacamos de nuestras vidas. No es Él quien nos abandona. 

Cuando nuestro comportamiento va en contra de la voluntad de Dios, causa daño a nuestros hermanos y a nosotros mismos… Nosotros entonces debemos brindar nuestra simpatía y apoyo a nuestras comunidades, a nuestros líderes gubernamentales, a los necesitados y a los médicos que están en la primera línea de la salud, todos están siempre profundamente en nuestras oraciones por la gracia y la protección de Dios. Así que, si queremos sentir la presencia de Jesús y el consuelo de su Espíritu, primero debemos vivir como Él quiere que vivamos. Acojamos a Cristo en nuestros corazones, amemos a nuestros hermanos y hermanas, permanezcamos en casa, observemos el distanciamiento social, usemos nuestros barbijos y sigamos algunas recomendaciones de salud para prevenir el coronavirus. Vivir como Jesús es aceptar que tendremos desafíos y tribulaciones que vivir, mucho más con Él que sin Él. 

Caminar por los pasos de Cristo no es fácil, el camino tiene muchas espinas y el yugo es pesado de llevar. Además, no somos perfectos y a menudo derramamos lágrimas y caemos. Pero nuestro Dios no nos condena, nos ayuda y nos proporciona lo que necesitamos enviándonos su Espíritu, para demostrarnos que es en nuestra debilidad donde revela su fuerza transformadora. Que la luz, la esperanza y la felicidad de nuestro Jesús Resucitado y su Espíritu de Verdad empiecen a brillar en cada uno de nosotros para que más hermanos y hermanas lo descubran y se entreguen a él en la misión según su voluntad.
¡Alabado sea nuestro Señor Jesucristo!

Quinto domingo de Pascua

"No pierdan la paz"
 Hechos 6:1-7, 1Pedro 2:4-9, Jn. 14:1-12

Mis hermanos y hermanas en Cristo, ¡Felices  Pascuas para todos!
 
Hoy celebramos el 5º domingo de Pascua.
 
En la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, escuchamos que mientras la comunidad cristiana continuaba creciendo, era inevitable que surgieran algunos problemas de organización y administración. 
Y así los Apóstoles, reconociendo la necesidad de que el cuerpo de Cristo no fuera sólo una comunión espiritual, sino una comunidad de hombres y mujeres que tenían necesidades cotidianas, nombraron siete "siervos" o "diáconos" para ver y ayudar en el buen funcionamiento de la comunidad. Y la lectura del Evangelio de este domingo comienza con una asombrosa exhortación de Jesús: "No pierdan la paz". Al nombrar a los siete hombres, la Iglesia primitiva tuvo en cuenta estas palabras de Jesús.

La Iglesia no es sólo una comunión espiritual de creyentes que desean llegar al cielo. Es también una comunidad de hombres y mujeres que buscan vivir la Buena Nueva en medio de las circunstancias ordinarias de la vida cotidiana. Querer llegar al cielo nunca debe significar que abandonemos las preocupaciones y necesidades de esta tierra. Jesús no murió por una idea vaga y amorfa; no, dio su vida por hombres y mujeres concretos que tenían preocupaciones, problemas, necesidades, desafíos, ansiedades, dificultades, miedos, esperanzas y sueños. Nunca debemos pensar que la vida espiritual es un escape de las preocupaciones de este mundo. Jesús nunca enseñó eso, sino que lo que recordó a sus discípulos, una y otra vez, es que para aquellos que ponen su confianza en él y en el Padre, ninguna preocupación o cuidado en esta vida puede separarlos de él y del que lo envió.

Hermanos y hermanas, el Señor nos recuerda que la vida espiritual y la oración no tienen por objeto darnos una escapatoria de la vida, sino que están destinadas a sumergirnos en la vida aún más y con el pleno conocimiento y la confianza de que lo hacemos con él a nuestro lado, dirigiendo, guiando y cuidando de nosotros mismos.

Podríamos preguntarnos eso; ¿ha habido algo en las relaciones, en el trabajo, en la familia, etc. que hayamos descuidado o que hayamos dado por sentado? estamos llamados a reservar algún tiempo para atenderlos; nuestra fidelidad al Señor no exige nada menos. Rezamos para que el Señor Resucitado nos ayude siempre a ser una palabra viva para los demás. 

 

Cuarto domingo de Pascua

Jesús es el buen pastor...
 Juan 10, 1-10

Estamos celebrando el tiempo pascual, un tiempo en que se nos invita a irradiar la luz del Resucitado.  Para ser apóstoles de la resurrección, necesitamos experimentar en lo profundo de nuestro ser al Señor de la Vida, reconocerlo y dejarnos guiar por Él.

Precisamente el evangelio de hoy nos habla de una relación profunda de intimidad entre el pastor y sus ovejas. El pastor conoce a cada una por su nombre y las ovejas reconocen su voz y le siguen.
Jesús es el pastor, el que nos guía, el que va delante de sus ovejas. 

Pero, no siempre es fácil reconocer la voz del pastor entre tantas otras voces internas y externas que nos rodean. Es importante que dediquemos tiempo a estar con el Señor, a contemplar su vida, su mensaje, su presencia en medio nuestro.  El tiempo de oración, como espacio de silencio, de meditación, de confianza y disposición del ser,  se convierte en un espacio privilegiado de encuentro e intimidad con el Señor.
Es importante reflexionar sobre esta intimidad, la intimidad se da entre seres que se han encontrado, que se conocen, que se aman, que confían, como las ovejas confían en su pastor.  El encuentro con el Señor se produce en la profundidad de nuestro corazón, donde Dios se hace presencia amorosa.  La intimidad con Jesús nos lleva a la vida en abundancia, a una vida interior rebosante de gozo y de esperanza, que se transforma en fuente de vida para quienes nos rodean y en testimonio vivo de que seguimos a Aquel que ha vencido a la muerte.

 

Tercer domingo de Pascua

Dos discípulos regresan a casa...
 

¿Quienes son estos dos discípulos que se alejan de Jerusalén y vuelven a su pequeña aldea de Emaús? ¿Quién es Cleofás y el otro o la otra discípulo(a)?  
Jesús ha muerto. Han perdido la esperanza y viven una crisis de fe profunda. ¿Lo que han vivido con Jesús fue sólo  una ilusión? Están tristes y conversan sobre su sueño perdido.
Son como ciegos. No reconocen al peregrino que camina junto a ellos. No se dan cuenta que lo que han perdido no era más que una falsa esperanza en un Mesías poderoso. Creían que Él debía establecer un Reino semejante a los que conocían. A pesar de que conocían muy bien las escrituras, ellas no les servía para interpretar los hechos dramáticos que acababan de vivir en Jerusalén.  
En medio de la crisis humana que vivían, este peregrino desconocido ilumina su inteligencia al sentido de los acontecimientos, releyendolos a la luz de de las Escrituras.  Reanima su corazón doliente, despierta la fe y reanima la esperanza.  Sus corazones volvían a arder.  Sin embargo, no podian reconocer al peregrino que los había acompañado en el camino  y que ahora se hacía el invitado.
Sólo llegando a la casa, cuando al partir el pan, sus ojos se abren, reconocen que están en la presencia de Jesús y que su proyecto de un mundo nuevo y solidario no ha muerto.
Cleofás y el Otro(a) discipulo (a) hoy.
Es imposible calcar la historia que vivimos sobre la del pasado.  Sin embargo, lo que vivimos en medio de tantas crisis humanitarias, nos puede ayudar a identificarnos con estos dos discípulos que andaban tristes y sin ánimo, que habían perdido la esperanza, que no veían el sentido humano y no reconocían a Jesús vivo que los acompañaba.
Nadie puede quedar indiferente ante las crisis humanitarias actuales. La pandemia del coronavirus y la enfermedad del Covid 19, la corrupción y el hambre nos enceguecen. ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué pasará después de la vuelta a la “normalidad”? ¿Qué entendemos por normalidad?  
Algo tiene que cambiar en nuestra manera egoísta de vivir, tanto en lo personal como en lo social y colectivo. Ya no basta hablar de solidaridad, hay que vivirla. Hay que crear un mundo donde la solidaridad, la sensibilidad social coloreen todos los aspectos de la vida humana y de las relaciones personales, sociales y también las económicas y políticas. Entonces recconoceremos a Jesús al compartir el pan.  

Segundo domingo de Pascua

¿Dónde estaba Tomás? (Jn 20,19-30)
 

Tomás, el apóstol, no estaba con el resto de los discípulos aquella tarde del primer día de la semana. El evangelio de Juan no nos dice dónde se encontraba. Pero es fácil suponer que, como el resto, se hallaba lleno de miedo y perdido. No es fácil procesar el duelo. No es sencillo lidiar con la perdida. Todos los amigos de Jesús chocaron de frente con el fracaso. Tomás, no fue la excepción. Sus sueños, sus proyectos, sus ideas se hicieron añicos, aquella tarde de viernes santo. 
 
Pocas son las palabras que pronuncia Tomás en todo el evangelio. Lo llaman el “mellizo”. Y tampoco sabemos datos de su hermano gemelo. ¿O sí?
Poco antes de la resurrección de Lázaro, y pese a la advertencia del resto del grupo, Jesús decide ir a Judea (subir a Jerusalén). Tomás dice tajante a todos: “Vayamos también a morir con él” (Jn 11:16).  Pero ya sabemos que Tomás “desapareció” después del arresto de Jesús.
 
Durante la última cena, y luego del lavatorio de los pies, Jesús ofrece un largo discurso a su grupo. Jesús les dice que pronto volverá al Padre, que ellos no podrán seguirle “por ahora”. Tomás vuelve a intervenir y pregunta: ¿Cómo podremos conocer el camino – para poder seguirte- si no sabemos a dónde vas? (Jn 14:5). Pero Tomás, como el resto, no entiende, que el mismo Jesús es-el-camino. Y luego, Tomás, se “desvanece”.
 
En estos tiempos de pandemia, nos enfrentamos a nuevas realidades y retos, aun muy difíciles de clarificar. Vivimos duelos continuos, ciclos cuyos cierres están aun lejos de completarse. Muchos estamos “desvanecidos”.
Tal vez lloramos, por el trabajo perdido, por los abrazos que no dimos, por los amores que se han ido. Tal vez, como Tomás, nos enfrentamos a la crudeza de los sueños sin realizar, de los proyectos que jamás podrán completarse. Tal vez como Tomás, hemos perdido el arrebato y la fuerza inicial de subir a Jerusalén para concluir NUESTRO destino.
 
¿Dónde estaba Tomás?
Confinamiento, cuarentena, aislamiento social. Palabras de moda. Medidas que invitan a prevenir un contagio. El grupo de Jesús vivió por días un confinamiento. Negándose a la muerte del amigo, encerrados por miedo, dispersos de tristeza, huyendo de la derrota, perdidos ante la depresión. Tomás, estaba… ausente.
El confinamiento puede ser posibilidad. Allí puede gestarse algo nuevo. A puertas cerradas, el amigo que habían colgado del madero se presenta. ¡Vive! Pues el Amor lo resucitó. En aquel encierro de muerte, hacer memoria del maestro amado, encendió la chispa que opacó las tinieblas. Sin esa fe nueva, sin esa visión nueva, era imposible ver al Resucitado. El grupo, reunido en torno a la mesa de la palabra y el pan, reconoció al Resucitado. Tomás, no estaba con ellos. Aquel que no se sienta a la mesa de la palabra y del pan, no puede ver al Resucitado.
 
Ocho días después, en comunidad, estando ahora Tomás junto al resto, Jesús volvió a presentarse. Tomás, que aun pensaba en sus sueños, en sus proyectos fracasados, tocó con sus dedos las heridas de aquel que había colgado de la cruz. Tocar esas señales de los clavos y de las lanzas, es tocar las heridas de todos los crucificados del mundo, es entender que nuestros sueños y proyectos han de configurarse a los sueños del Dios Padre de Jesús.
 
En y con Jesús, Tomás ahora está presente. Está para y con la comunidad de los creyentes. Tomás, reunido junto a sus hermanas y hermanos, es ahora hombre de fe. Pasó de un confinamiento ausente a una presencia activa, aunque el temor y la amenaza estaban aun afuera.
 
Tomás tenía un hermano gemelo… ¿lo conoces ahora?