Pentecostés: La manifestación del Espíritu Santo
Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente, un ruido del cielo como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. (Hechos 2,1-11)
La fiesta de Pentecostés marca la culminación del tiempo pascual. Las primeras comunidades cristianas entendían claramente que todo lo que sucedía en ellas era fruto del Espíritu Santo. Tras la ascensión de Jesús al cielo, según el relato de Lucas en los Hechos de los Apóstoles, los discípulos no perdieron tiempo y empezaron a actuar, predicando la buena nueva y a ser otros “Jesús” en la tierra.
Pentecostés simboliza la acción del Espíritu Santo a través de Jesús, que ahora se manifiesta en cada uno de sus discípulos. Para nosotros, celebrar la Pascua y hacer memoria de Pentecostés significa descubrir la presencia del Espíritu de Dios en nuestra intimidad más íntima. Al descubrir su presencia vivificadora, el Espíritu nos impulsará a la misión y nos conducirá a las periferias de la vida.
La palabra hebrea “Ruah”
La palabra hebrea “Ruah” tiene un significado profundo y polifacético. Traducida como “viento” o “aliento”, Ruah es más que una simple brisa. Es un aliento de vida, una fuerza que refresca, calma, genera y regenera. Este aliento de vida es el mismo que estuvo presente al principio de la creación, en el big bang del cosmos, dando forma y vida a todo lo que conocemos.
Ruah es también fuego y fuerza, una energía poderosa que impulsa y motiva. Es una brisa suave y una columna de “humo” que protege del sol abrasador del desierto, proporcionando refugio y alivio en medio de las dificultades.
Este viento maternal de Dios es fuente de inspiración para muchos artistas, llenándolos de creatividad y pasión. La Ruah fluye y despeja, eliminando obstáculos y abriendo caminos. Es un viento que lanza a la vida, impulsando a los profetas a salir de su zona de confort y asumir riesgos misioneros.
Consolador y dador de Vida
El Espíritu Santo es el “viento” que agita las velas de nuestra alma y nos impulsa hacia adelante en nuestra vida misionera. Es el “Consolador” que nos guía, nos da la libertad de los hijos e hijas de Dios y nos capacita para la acción y el dinamismo misioneros.
Es el Espíritu quien nos da la valentía y la fuerza para ser testigos de Cristo en el mundo. Es el "alma de la misión" que nos impulsa a salir de nosotros mismos, a abrir las puertas del miedo y a proclamar con fuerza y alegría el Evangelio.
Esta alegría misionera que el Espíritu Santo suscita en nosotros es una señal de que el Evangelio ha sido proclamado y está dando frutos. Nace del encuentro con Jesús Resucitado y nos impulsa a compartir ese tesoro con los demás:
¿No ardía nuestro corazón mientras nos explicaba las escrituras y partía para nosotros el pan? (Lc. 24,32).
Aunque el Espíritu Santo está siempre en cada uno de nosotros, no siempre somos capaces de darnos cuenta de su presencia. Puesto que Dios no puede transgredir nuestra naturaleza y actúa siempre de acuerdo con ella, es posible pasar por la vida sin descubrir Su presencia. Sin embargo, Dios-Espíritu es el mismo en todos y nos impulsa hacia la misma meta, “como el cuerpo, que siendo uno, tiene muchos miembros”. (1 Corintios 12.7-30).
En conclusión, Pentecostés es la manifestación del Espíritu Santo en nuestras vidas. Nos impulsa a la misión, nos llena de valentía y nos guía para ser testigos de la alegría de Cristo Resucitado en el mundo. Celebremos esta fiesta recordando la presencia del Espíritu en nosotros y dejémonos llevar por su fuerza transformadora.
¿Cómo se refleja la presencia del Espíritu Santo en tu vida cotidiana?