Regresamos al Tiempo Ordinario: Como Volver a Nazareth y su Silencio Interior
Después de pasar por varias fiestas importantes del calendario litúrgico, como Pentecostés, la Trinidad, el Corpus Christi y el Corazón de Jesús, volvemos al Tiempo Ordinario. Estas fiestas son celebraciones del Amor y la Bondad. Nos permiten entrar en lo Bello, en la Verdad, en la Belleza... en el Misterio de un Dios eternamente compasivo y misericordioso que convoca a toda la creación a su banquete.
En junio, el Día del Padre es una excelente ocasión para reflexionar sobre la paternidad, tanto la humana como la divina. Es un momento para recordar a los padres santos y buenos de nuestra historia, aquellos que dieron un fiel ejemplo de paternidad y que son dignos de ser recordados.
En nuestros días, la idea de la paternidad puede ser cuestionada y puesta en tela de juicio. Sin embargo, desde la perspectiva y los ojos de Jesús, Dios es el Abba querido, el “Padre Bueno” de toda la creación, en quien podemos confiar y creer absolutamente “sin quedar defraudados”.
Es maravilloso reflexionar sobre la paternidad de Dios en este mes, en el que celebramos el Día del Padre. Nos invita a recordar que somos parte de una gran familia, la familia humana, y que Dios desea que todos vivamos en unidad y armonía.
Nuestra Sociedad Misionera también rinde homenaje en este mes de junio a los misioneros que celebran sus aniversarios de vida misionera. Son 75, 70, 65 y 60 años de infatigable servicio pastoral, proclamando la alegría del Evangelio en las periferias del Mundo.
Regresar al tiempo ordinario es como volver a Nazareth y su silencio interior. Es un tiempo para reflexionar, para profundizar en nuestra fe y para vivir el Evangelio en nuestra vida diaria. Es un tiempo para recordar que somos llamados a ser misioneros, a llevar la Buena Noticia a todos los rincones del mundo. ¡Vamos a vivir el Evangelio en nuestra vida diaria!
¿Cómo puedes ser un misionero en tu propia vida “ordinaria”? ¿De qué maneras puedes proclamar la Buena Noticia en tu comunidad? ¿Cómo experimentas la paternidad de Dios en tu vida?